EL MUÑEQUITO AISLADO

5 enero, 2011

 

Cuando el principio del universo no era todavía el principio del universo, nada más existía un niño, no se sabe de dónde salió, era travieso, con el ombligo abultado y las greñas alborotadas. Su nombre era Dios Canto, porque él fue el descubridor de la vida y la vida es un canto profundo de latidos y risas, tristezas y asombros, voces y sueños…, veamos cómo hizo para descubrirla.

Estaba Canto aburrido de estar solo, cuando, luego de alzar los brazos y echarlos hacia atrás, emitió un largo bostezo de flojera, enseguida vio que por su boca salió una  cadena infinita de pelotas de diferentes colores y luces que se fueron amontonando en su regazo. Entonces se le ocurrió una idea genial: para que su niñez no transcurriera sin conocer el juego agarraría cada una de esas pelotas y las iría colocando sobre el inmenso vacío que tenía por hogar. Allí sí comenzó el principio del universo, con el trabajo de Canto, pues para poder fabricar las pelotas tuvo que inventar un reloj. El reloj de Canto no hacía tic-tac-, era un reloj saltarín, de malos modales, que gustaba de lanzar eructos cada vez que saltaba. En uno de esos saltos el niño se le acercó y lo regañó, el reloj se inflamó de disgusto y dijo a saltar enloquecidamente por todo el universo. De su cuerpo brotaban sin césar inmensas gotas de leche con las que iba formando largos caminos circulares y brillantes. Canto se fue detrás de él regando las pelotas por todos esos caminos. Por donde no pasó el sapo reloj Canto lo llamó Olvido, dentro del Olvido había un hueco lleno de sueños que Canto llamó Muerte. La Muerte parecía un enorme animal cristalino echado sobre sí mismo.

Cuando terminó de jugar, Canto envejeció y se puso achacoso y lleno de manías. Una de estas manías era la molestia que le causaba ver que las pelotas que él había hecho estuvieran siempre en el mismo sitio, paralizadas, llenas de colores, como piedras tiradas sobre los caminos blancos que había dejado el sapo reloj.

El viejo Canto decidió darles movimiento a las pelotas. Luego encendió un fósforo y prendió una bola, la puso en un sitio que él creyó apropiado y la sujetó del cielo con un alfiler que le colocó por detrás. Agarró después un antiguo plato de peltre donde comía cuando era niño, trató de limarlo, pero le quedaron algunas manchas negras, así como pedazos carcomidos por el uso, entonces lo pintó con un poco de azogue y quedó plateado y brillante; pero sólo lo pintó por un lado porque la pintura no le alcanzó, el otro lado lo dejó oscuro. Las manchas no se borraron, pero sí palidecieron un poquito. Este plato lo guindó con un clavito y un mecate de pita y lo unió al otro plato y los colocó en una balanza, cuando sube el amarillo baja el plateado y cuando sube el plateado baja el amarillo. Fue cuando estos platos se movieron, cuando empezaron a dar vueltas y vueltas, fue cuando brillaron las luces amarillas y plateadas, que vio en el fondo oscuro de las pelotas un millar de hilos que se movían en todas direcciones, pulsaban rítmicamente como danzando de alegría. Todas las cosas que había hecho estaban unidas por delgados cordones invisibles y sin embargo brillantes, todos los hilos formaban una inmensa red parecida a las que tejen las arañas.

También tenía la manía de pensar que cuando se quedara dormido no iba a despertar en miles de millones de años y presentía que el sueño iba a llegar en cualquier momento. No sólo la vejez lo convirtió en una arañita, sino que lo hizo descubrir que luego de tanto hacer cosas le hacía falta un compañero a quien enseñarle su obra, pero tenía miedo de dormir antes de lograrlo.

Sabía que no tenía mucho tiempo para ir echando la vida en cada una de las pelotas que hizo, así que eligió una sola. Entonces sacó de su boca dos cosas muy bonitas, una llamada agua y otra llamada barro, las unió y formó con ellas un muñequito, lo puso sobre la tierra, lo sopló y el muñequito comenzó a moverse y a ver la luz de los platos, a sonreír con ternura y a cantar como su padre. El agua y el barro lo untó por toda la pelota. Para que el muñequito no pasara de niño a viejo como le había ocurrido a él, le puso varias edades, de niño pasaría a ser joven de joven a adulto y de adulto a viejo. También le inventó una compañera para que tuviera con quien comentar su creación el día que se quedara dormido y la tranquilidad llegara a meterse por sus ojos. Los muñequitos estaban unidos por hilos fuertes y brillantes los cuales se unían al resto de las cosas y los animales. De estos dos muñequitos comenzaron a salir otros muñequitos y de estos otros y otros y así hasta que toda la pelota estuvo poblada por ellos.

Canto pensaba que sus muñequitos lo distraerían de la paz que el sueño le ofrecía, y así fue, los muñequitos empeñados en inventar como su padre fueron haciendo miles de cosas que a su vez los distrajeron a ellos y Canto siempre tenía la atención puesta en todo lo que pasaba en la pelota.

Un día, Canto fue invadido por la niebla del sueño y se recostó de su vejez y empezó a dormir satisfecho. De su cuerpo colgaban todos los hilos de sus vínculos.

Pero pronto los hilos fueron una verdadera molestia para los muñequitos, en la medida en que iban creciendo, tanto en edad como en número se dedicaban a cortar todos los hilos que encontraran a su paso.  Cada hilo que cortaban aislaba más y más a Canto y así lo fueron empujando poco a poco hacia el hocico del Olvido y de este pasaría luego al hueco transparente de la muerte en donde permanecería soñando eternamente con su creación.

Llegó un momento en que los muñequitos se vieron tan solos pero tan solos que creyeron que eran ellos los que habían creado el universo.

                                                                                      arnaldo jiménez