CARETON

27 julio, 2010

CARETON

Era blanco con una mancha marrón en un ojo, otra más grande en el costillar y un puntito negro donde finaliza la cola. Le llamamos Caretón. Comía mangos y heladitos caseros. Duraba varios meses con un hueso, dándole y dándole, lo escondía, lo sacaba, se acostaba a su lado, le ponía una pata encima… Casi todos los días peleábamos de mentira, yo salía todo baboseado y él permanecía gacho esperando que yo volviera al ataque. Caretón caminaba por la tabla que colocábamos entre la casa y el patio para pasarle por encima a la lluvia, y gustaba de beber agua en los peroles que paraban las goteras. Fue un santo. Nunca buscó perra, se conformó con el amor de la familia. Caretón
no tuvo malas costumbres. Después de cada lluvia se acostaba con el hocico puesto sobre sus patas delanteras a ver el cielo.
Una vez le pegaron una pedrada en la calle, él aulló doloridamente. Ese día no le vimos ninguna señal, pero a la semana le notamos una pelotita en los testículos que le fue creciendo rápidamente. En la punta del pene le amanecía un pegoste verde que él se quitaba con la lengua. La gente le empezó a tener asco. Fue un amigo tan constante que hasta un día antes de su muerte estuvo jugando conmigo. Por la mañanita me levanté y fui a ver cómo había amanecido. Estaba recostado de las tablas de la casa, las patas traseras abiertas, los testículos reventados. Por entre los colmillos metió la lengua, dura y doblada, con ella lamió la tierra vanamente. Sus ojos se quedaron viendo el cielo como si acabara de llover.

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