UN POLLITO

21 agosto, 2010

 

Cuando llegó el pollito sentí que tenía un amigo a quien cuidar, y así lo hice. Lo metí en una caja de zapatos a la que perforé por todos lados, lo llevé al baño y lo guardé dentro de un viejo baúl de madera que nos ha acompañado en muchas mudanzas. El baño queda en el fondo de la casa, así que mi familia no me podía decir que el piar del animalito le molestaba. Todas las mañanas jugaba con el pollito, me acostaba en el piso y me lo ponía sobre la barriga. Él se quedaba quieto, luego saltaba y salía corriendo, era difícil agarrarlo, los pollitos son atletas que corren con las manos hacia atrás.

Mi mamá me lo compró un día que la acompañé al mercado de verduras, me gustó porque era el único pollito que tenía su color natural, los demás compañeros que estaban en la jaula tenían colores azules, rosados, verdes y rojos, se veían muy ridículos así. Los pollitos esperan siempre una mano amiga, pero a veces la misma mano que lo alimenta lo convierte en alimento.

Traté de hacerle no tanto una casa como un hogar, en la caja puse monte seco con hormigas y bastante tierra para que escarbara, afuera, en el baúl, coloqué un pote de mantequilla con agua. Siempre tuve miedo de que se lo fueran a comer las ratas, así que por las noches me lo llevaba a mi cuarto, cerraba la puerta por si acaso piaba y lo ponía cerca de la mesita donde estaba el ventilador, los pollitos fastidian de día, de noche ni se sienten. Los párpados se les cierran, se agachan, se acurrucan y dicen a soñar que son animales mudos. A los pollitos les da hipo cuando duermen.

Todos los días, al ir y venir del colegio, me metía en el baño a ver al pollito. Me gustaba echarle arroz y brozas de pan, porque después le pasaba los dedos por el buche y la comida se podía sentir enterita. Los pollitos cuando beben agua echan la cabeza hacia atrás y abren y cierran varias veces seguidas sus picos.

De vez en cuando metía al pollito dentro de mis manos y por entre los dedos le soplaba un aliento tibio, lo más tibio y cálido que yo pudiera, luego me lo pegaba de la barriga. Los pollitos se asustan con uno, pero al poco tiempo se acostumbran y les gustan que le hagan cariño. Siempre miran y saludan de reojo.

Un día llegué del colegio y no encontré al pollito en su baúl. Los ojos se me apagaron y las manos se me pusieron frías. Mi mamá me dijo que el pollito se había salido a la calle y ella no se percató sino al rato. Mi hermana y mi abuela salieron a buscarlo, pero no dieron con él. Apenas si escuché a mi mamá echándome el cuento del pollito porque sin quitarme el uniforme salí a ver si lo hallaba, tardé bastante, hasta se me olvidó comer. Los pollitos no saben dejar rastros, se van por ahí buscando lombrices y hormiguitas y después no saben devolverse.

 Sentado en una silla de la sala estuve pensando en lo que le esperaría al pollito fuera de la casa y de su baúl, mamá me había ocultado que el pollito murió decapitado porque la tapa del baúl le había caído encima. Yo sentía que todo era extraño, lo recuerdo, pero yo supe la verdad casi un año después. Sentado en la silla me imaginé que él estaba vivo. Los pollitos son muy delicados de salud, si les cae una llovizna encima les da gripe y se ponen tristes. Pero no importa porque yo sé que en el cielo Dios tiene un gran corral para los pollitos buenos y mi pollito era muy bueno, Dios les lanza maíz y los espanta para que no se vayan fuera del cielo, él los quiere a todos, con o sin cabeza. Los pollitos a veces vuelan bien alto.

                                                                                                      Arnaldo Jiménez

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