EL DESTINO DE LA CASA

21 enero, 2011

 *

la casa apaga

el ahora de las lámparas

y la tibieza de los pasos en sus baldosas

 *

nadie llega a disminuir las distancias

abatidas en las puertas

ni a pintar la angustia fundada en los rincones

 *

todavía la acacia luce la altivez

de cuando sirvió de escondite

a nuestras infancias

y vagan mis maromas en la erosión de sus ramas

 *

esta casa se abre para atrapar nuestro silencio

porque ya andamos a tientas por las cosas

sintiéndoles el paso de corazón

 *

cómo esquivamos los signos de despedidas

que cada presente esculpe en el aliento de la casa

y graba en plena distribución de las paredes

un destino de intemperie

 *

mi casa se

dobla hacia el rencor

de los objetos que se quedaron

sin la filiación de sus dueños

 *

algo falta en su longitud

algo desconcha su textura

 *

los mismos habitantes que le faltan a mi cuerpo

las mismas sombras que dentro de mí

insisten en prender los bombillos rotos

y echan las bases de una casa de ausencia

EN LA YEGUA DE MARIA

16 enero, 2011

 

¡Shhhh, Julio se quedó dormido!

Decía la abuela María cada vez que mecía al nieto en su mecedora, pues a julito le gustaba dormir allí, no rechazaba la cuna, pero sólo se podía quedar dormido en la mecedora de la abuela María. Ella lo acostaba sobre una almohada que colocaba en sus piernas y lo mecía a derecha y a izquierda con mucho ímpetu, mientras canturriaba bajito una canción de cuna y con sus arrugadas manos le daba palmadas en la espalda. Sólo el cariño podía hacer que la abuela, a pesar de tener una pierna muy gorda y casi negra como la de un hipopótamo, no le importara las molestias y meciera a julito como ella lo hacía. La fuerza iba disminuyendo en la misma medida en que julito se iba quedando dormido. Dibujaba una sonrisa en la boca, quizás soñaba estar montado sobre una nave poderosa que lo llevaba hacia lugares increíbles, pues la canción que más le cantaba la abuela decía:

en la yegua de María

un día me monté

y llegué a un sitio muy hermoso

que nunca imaginé

en la yegua de María

no existe la soledad

porque el amor de ella

es agua de música

que se puede tocar

Los meses transcurrían y la abuela María se enamoraba cada día más y más de su nieto. Todas las noches se lo acostaba en las piernas sobre una almohada, murmuraba canciones de cuna que iban cerrando las cortinas del mundo despierto de julito hasta que se quedaba completamente dormido. Después ella se iba a su cuarto a descansar la pierna enferma.

Julio creció, ya podía caminar y decir algunas palabras. Cuando la abuela cantaba él le acompañaba mascullando las canciones y diciendo sobre todo las últimas sílabas. La abuela María lo sentaba en el mecedor y le contaba largas historias de sus hermanos que en un tiempo fueron marineros y vivieron muchas aventuras en el mar y en otras partes del mundo. Entonces el mecedor era una barca muy fuerte que aguantaba los grandes oleajes y las violentas tempestades del mar. Allí la abuela le decía, “…,ahora imagina que tú eres el capitán y tienes a tus órdenes a muchos hombres”, y julito cerraba los ojos y rodaba su película imaginaria y se reía solo. En el fondo de él, sin embargo, seguía sonando aquella leve melodía que la abuela le cantaba para que él se durmiera; caprichoso, volvía a pedirle que se la cantara, la abuela le decía, “está bien julito vamos a cantarla, ¿quieres ayudarme a cantar?” Y él afirmaba meneando la cabeza muy emocionado.

en la yegua de María

ena ebua e maía

un día me monté

un lía e onté

y llegué a un sitio muy hermoso

yeeé a un itieooso

que nunca imaginé

que uca iaiiné

en la yegua de María

ena ebua e maía

no existe la soledad

no eeite a oead

porque el amor de ella

oquee aor eella

es agua de música

e gua e sica

que se puede tomar

quee quee omar

después se bajaba de la yegua de María y andaba contento para todas partes. Julio la escuchaba con atención y reía y la abrazaba cada vez que ella terminaba de contar sus historias y de cantarle su canción. Sólo ellos sabían el verdadero nombre de la mecedora. La abuela María cada vez arrastraba el pie izquierdo con más dificultad, lo tenía ancho y casi negro como el de un hipopótamo, una venda blanca le adornaba la rodilla.

La abuela María en sus horas de descanso se sentaba en la yegua para inventar las historias que luego le contaría a su nieto. Siempre eran primos o tíos que se iban a navegar a sitios muy lejanos y lograban vencer grandes obstáculos. En la yegua de María el recuerdo se mezclaba con el invento y el olvido crecía como un pasto que no se debía comer y era peligroso pisar. Muchas veces la abuela también se quedaba dormida.

Siguió pasando el tiempo y julito ya iba a la escuela, tenía diez años, y el cariño entre su abuela y él era cada día más grande y más profundo, como el mar donde sus primos y tíos pasaron sus aventuras. La mamá le cocinaba mientras él arreglaba las cosas del colegio, después de comer se echaba un baño y se iba a buscar a su abuela al cuarto.

Con grandes esfuerzos, la abuela se sentaba en la yegua de María. A julito no le importaba ser visto por sus amigos y más de una vez soportó sus bromas en silencio. Se montaba sobre ella y la abrazaba, y ella contaba sus historias, algunas entremezcladas porque ya no tenía tiempo de ponerse a inventar debido a que el pasto del olvido estaba más y más frondoso. Luego cantaban, como siempre, la canción por ambos preferida.

Una tarde llegó julito del colegio y fue a buscar a su abuela en el cuarto para que ella le cantara la canción de cuna con que lo hacía dormir cuando él estaba más pequeño. La abuela lo vio y sonrió, le pidió ayuda para levantarse de la cama, pues la pierna izquierda se había ennegrecido completamente y apenas podía moverse la sangre por dentro de ella. Julio estaba muy sorprendido y le preguntó a la abuela que qué le había pasado a su pierna gorda, que estaba más negra que antes y sudaba pequeñas gotas de sangre. La abuela lo miró con ternura y le dijo que a las yeguas a veces se les echa a perder una pata y que esa pierna de ella ya no quería seguir caminando, estaba cansada de ir de un lado a otro. Volvió a sonreír y le dijo que no se preocupara. La mamá de julito se alistaba para ir a la farmacia a comprar unas medicinas, pero decidió ayudar al hijo a llevar a la abuela hasta la mecedora. Cuando llegaron a la yegua, se le acercó al niño y le murmuró casi al oído que tenía que tener más paciencia con su abuela, que tratara de no molestarla mucho porque ya su pierna estaba muy pesada, que a veces esas cosas ocurren con la vejez. Luego se dirigió a la puerta y se fue a hacer sus diligencias.

Cuando iban marchando por el pasillo al ritmo de la pierna buena y la pierna mala, la abuela se fijó en la yegua de María y vio que tenía un aspecto muy extraño en su cara, estaba como mojada, y el pasto que crecía a su alrededor había sido completamente devorado. Entonces ella comprendió qué estaba ocurriendo y se sentó en la mecedora y trató de contarle nuevas historias a julito, pero no se acordaba, ni siquiera podía mezclar las que ya se sabía.” Hace mucho tiempo…,” decía, pero de ahí no pasaba. Entonces la abuela le dijo a julito que no se acordaba de nada, que todos sus esfuerzos no daban resultados, y musitó un breve bostezo lleno de pesadumbre. No se preocupe abuela-dijo julito- seguro que las medicinas la ayudan y mañana ya se va a poder acordar-. Entonces le puso un cojín a nivel de la nuca para que descansara la cabeza. Luego, tratando de no hacer bulla, fue a buscar una silla para sentarse al lado de su abuela, esta lo vio por la rendija de los ojos adormilados y le hizo señas con las manos para que no lo hiciera, golpeó sus piernas, dos, tres veces para que julito se sentara en ellas. Julio entendió y lo hizo con mucho cuidado, tratando de que todo su peso cayera en la pierna buena, uno de sus brazos quedó por fuera de la mecedora y posó su rostro sobre los senos de la abuela, justo debajo del mentón. Le pasó los dedos por las abultadas venas de las manos y las acarició, después comenzó a cantar la canción preferida de los dos, la abuela apenas escuchó el inicio se fue acordando y lo acompañó:

                                     en la yegua de María   

un día me monté

y llegué a un sitio muy hermoso

que nunca imaginé

en la yegua de María

no existe la soledad

porque el amor de ella

es música de agua

que se puede abrazar

y la abuela lo abrazó contenta y le dio un beso en la frente y en los carrillos, luego elevó la mirada corriendo sobre su yegua, dibujó una amplia sonrisa, se bajó de la mecedora y llegó a un jardín muy hermoso que recorrió saltando de alegría con sus dos piernas sanas. Frente a ella se encontraba la Virgen María con su hijo sentado sobre la yegua, estaba tratando de dormirlo, cuando la vio, le hizo señas para que se acercara, ella fue, acarició al niño y se arrodilló ante él, en ese momento su memoria se llenó de tiempo y comenzó a contarle sus maravillosas historias:

¡Shhhh, Julio se quedó dormido!

Decía la abuela María cada vez que mecía al nieto en su mecedora…

                                                              

 

                                                                     arnaldo jiménez