1

entro a la iglesia

veo palomas negras

rondando el pasillo

una misa sin gente

los asientos con flores

muertas y luces apagadas

con tierra en el piso

telarañas en las ventanas

está rondando la muerte

entre las vírgenes rotas

2

el ataúd sólo

tiene cenizas

que han vivido la eternidad

es un hueco

solo un ataúd

vacío

3

la boca saborea

el gusto

de la muerte

que va arrastrando

su lengua

entre los dientes

 

Decíamos que la visión castradora de la ciencia desaparece las ánimas de nuestras habitaciones, niega la incertidumbre en un cofre cerrado, homogeniza las edades, las planifica en ropas, hábitos, modos de ser, pensar, ritos que han de llevar a cabo para que comience el ciclo otra vez del dominio tecno-científico, del pensamiento único, del fingimiento de ser. El sistema educativo sirve de instrumento potenciador  a la clasificación del ser humano en pleno desenvolvimiento de su vida cotidiana. Es decir, los animales y las plantas han tenido mejor suerte que nosotros los animales humanos, porque la clasificación que de ellos han hecho las ciencias naturales las han realizado en condiciones de laboratorio, los experimentos suponen en cierta forma unas condiciones no cotidianas de existir; pero a nosotros no, el aparato escolar y el sistema educativo informal, nos clasifican en plena vida cotidiana, nos hacen un seguimiento de nuestra “evolución” como seres culturales, y para cada momento evolutivo tienen una etiqueta que nos las guindan en los ojos, nos circula por la sangre. Y  precisamente la vida diaria con su lenguaje lúdico termina haciendo de esa clasificación otra clasificación que se le superpone y donde el anecdotario y la burla fungen de armas quizás inconscientes que se le enfrentan al dominio y logran atenuarlo.

El habla está llena de expresiones de dominios y son los índices que nos llevan hasta la tabla clasificatoria del zoológico humano, por supuesto que el dominio se expresa a su vez en las cargas de valoraciones que le otorgamos a los seres tipificados.

En cada una de las generaciones la tipificación es vasta, podría decirse que imposible de ser recogida cómodamente dentro de llaves y corchetes, pero todas las clasificaciones apuntan a enjuiciar al no consumista. La peor de las ofensas, la degradación casi total del alma la sufre aquel ser que de una manera u otra es el que menos puede ser considerado como consumidor. El sistema educativo no busca otra cosa, “prepárate para que seas alguien en la vida” , tanto de padres como de maestros(que al fin y al cabo pertenecen a una misma categoría de ser: los que olvidan el alma) tiene como trasfondo el lograr conseguir una posición social privilegiada que pueda tener dentro del hogar todas los avances de la tecnología electrodoméstica sin que importe para nada que esa tecnología también supone la destrucción de la base de su clasificación, es decir, la muerte de todas las especies. El niño o niña que no se adelanta imaginariamente a edades del devenir, inmediatamente es un flojo, un bueno para nada, un inmaduro, todos sinónimos de fracasado. El fracasado es la persona que no quiso ser profesional, que no quiso seguir las pautas, que no se introdujo en el curso de transformaciones que fleta por doquier el pensamiento único; pero todos entramos en la clasificación, bien de manera positiva, bien de manera negativa, bien por inclusión o por exclusión automática. Y también se van creando sus rituales, los grandes maestros son las industrias del entretenimiento mejor conocidas como industrias de idiotización, las industrias del cigarro o centros productores de cáncer con estilo, y las cervecerías. Por cierto que en Venezuela hay que apuntar un gran dominio de las cervecerías para aquellos niños que al pasar a la juventud procuran usar los signos de la adultez, aunado con las carreras de caballo. Lo antes dicho es para un tipo de persona, que así son introducidos de nuevo al cause del consumo perdiendo gran parte de su conciencia histórica. Hay otras personas que evaden esta ritualidad y encuentran otras.

Cualquier realidad es más vasta que nuestros deseos, las planificaciones se basan en un querer torcer las realidades que conviven dentro de un salón de clase y darles una direccionalidad, en el fondo, es la misma pretensión de la modernidad cuando quiere hacer de la historia un compendio de leyes predecibles y de la sociedad una organización planificada en torno a esas leyes.

Lo antes dicho no significa que dejemos el hecho educativo a la deriva de lo que acontezca diariamente, sin saber qué se quiere ni hacia dónde se marcha. Hay una ley económica que nos ayudaría a delimitar nuestras acciones pedagógicas, mientras menos sean las metas, mientras menos sean los objetivos que buscamos, mayor probabilidades hay de conseguirlos.

El enredijo de planes y términos que se utilizan para formar, forman parte sin duda alguna del extravío en el que hemos caído, la educación se ha convertido en un sistema burocrático que mide su calidad en la medida en que más se llenen formatos y se escriban los pormenores de la repetición de otras repeticiones.

No se planifica desde las individualidades, sino desde los grupos, se transforman en datos estadísticos, cuántos lograron A, quiénes sacaron E, cuántos objetivos se planificaron y cuántos se lograron, y enseguida el acumulamiento de mentiras y falsos datos llenando gavetas de directivos, supervisores, zonas educativas y ministerios, y todo vuelve a repetirse. Quedan niños y niñas descuidados, salones enteros sin degustar buenos libros, salones enteros sin saber que la escritura y la lectura son escalones para subir hacia las almas de cada uno de nosotros, vehículos para aprender a pensar y comprender desde los propios esfuerzos.

Es paradójico, pero si el libro no es degustado, si los autores no son exprimidos para dirigir la forja de almas que se han encontrado a sí mismas, que saborean los misterios de la vida, el libro no tienen nada qué hacer en la escuela, se convertiría más bien en un estorbo, en un objeto que emana fastidio y rechazo.

El sistema educativo podría ser un organismo que produce autores y por supuesto lectores, esto elevaría el nivel de autodominio de un país, de un pueblo, porque en cada una de las ramas de la sociedad y la cultura habrían seres pensando, creando, produciendo, enseñando.

Pero esto aún es una utopía, la enseñanza pedagógica está cruzada por las contradicciones. Los docentes enseñamos lo que no somos, no se nos ocurre pensar que nosotros somos el primer libro, y que por lo tanto debemos escribirnos con transparencia, así sean nuestros borrones, así sean nuestras miserias, nuestros sufrimientos, nuestras experiencias. Lo que el niño y la niña necesitan son verdades, que se les hable desde la vida, y no sólo desde páginas frías, desde conocimientos con palabras que nadie se digna en preguntar si las entienden, desde las imposiciones.  Es por ello que se requiere fomentar un clima cálido, de comprensión de los mundos de vida de cada uno de los allí se reúnen, para lograr eso las conversaciones son de primera importancia, conversaciones que llevan a las confesiones.

El sistema educativo sería en parte el gran culpable de la soledad que hoy miramos en muchos seres, nunca fueron preparados para soportar algo tan cotidiano como la soledad, como la muerte, como el desencanto.

Busquemos  al ser humano y démosle un abrazo. Rompamos la mediocridad

 

CARTA A LA MUERTE

29 octubre, 2010

muerte  

alimenta tu espíritu con estas risas

y déjate llevar de las manos

los perfumes señalan

la enfermedad de amor que te acompaña

el sol también se hace espiga en tu pecho

no envidies el color de nuestro jardín

aunque desde el mismo momento del parto

te separen con el ombligo

que se guarda

siempre pedirás una hostia viva

para aumentar la ternura de la sangre

muerte

gracias por invitarme a tu pasión

y ayudarme a contemplar

nuestros cuerpos

sin justicia ni monedas

gracias por acercar

a mis labios

el alcohol de las horas

y espantar con tu presencia

los terrores de mi vigilia

LA MUERTE COMO MAESTRA (IV)

10 septiembre, 2010

 En todos los órdenes del conocimiento la muerte es la eterna maestra: nos dice que este mundo nació accidentalmente, que todo lo que ha surgido de ese accidente y adquiere las características de materiales estrictamente organizados en el caos, estructurados en el azar, están destinados a perecer, todo va a pasar, todo se va a extinguir, los soles, las galaxias, los planetas, las estrellas, todo tiene un tiempo de existencia y en un tiempo dejarán sus formas para adquirir otras formas. La muerte recorre los paradigmas actuales y los coloca en el límite de la racionalidad moderna donde sólo espera la humildad, la conciencia de que somos finitos y el conocimiento debe estar ligado a esa conciencia.

La modernidad nos regaló la sensación del infinito y esta sensación nos atraviesa de cabo a rabo, surca todas planificaciones, nos define como seres históricos. Porque éramos infinitos el crecimiento económico no conocía sus límites, o no los quiso incluir en sus argumentaciones, de este modo surgió algo tan incongruente como el desarrollo económico, y las sociedades se embarcaron tras esa ilusión creyendo pasar por etapas que le llevarían a ese desarrollo. Hoy nuestro estar aquí, en un planeta que vaga sin dirección alguna, y seguramente hacia su destrucción, hoy, cuando contemplamos nuestra soledad en el universo, sabemos que el desarrollo comporta en sí mismo el atraso, que  la economía no puede ser infinita porque sus elementos son agotables, son finitos, están inmersos en una historia planetaria cuyo signo más relevante es la extinción y la incertidumbre.

Todavía las culturas creen que el ser humano y su razón pueden conocer las leyes del devenir o del destino de la humanidad, y esa palabra, humanidad. Surge una pretensión de olvidar el regalo más preciado de la muerte, la individualidad del destino, la imposibilidad de saber que se extiende entre los polos del nacimiento y la muerte. La historia, ninguna historia tiene sentido, la realidad nos rebasa, no se limita a nuestros órganos cognoscitivos, y lo que pensamos era todo el escenario de la historia, la conciencia, la razón, sólo es una ínfima parte de nuestra estructura psíquica, el inconsciente, y con éste, la pulsión de muerte, es decir, la tendencia de todo organismo a volver a su punto de partida y procurarse la destrucción por todos los medios, nos determina y por lo tanto también determina a la historia.

Edagar Morrin nos dice que estamos condenados a la incertidumbre, la misma que todas las ciencias y las religiones rechazan. No tengo dudas de afirmar que nuestro lenguaje sólo se siente a sus anchas en la invención constante demitos, el mito recubre con una certeza inválida la incertidumbre que nos arroja cada día a la posibilidad de dejar de ser.

A la luz de las enseñanzas de la muerte, toda guerra, toda idolatría a las armas, todo bautizo a lo que destruye es absurdo. La muerte templa el espíritu, destierra al orgullo, por eso se le aparta, no se le quiere escuchar.

            La muerte torna ingenua toda propiedad, toda posesión, se sienta sobre las piedras incandescentes de nuestra memoria y nos dice con toda su calma que todo es alquilado, que la propiedad privada no existe, que nada puede no ser pasajero. Entonces los ojos se abren un poco más y uno puede ver cómo la realidad nace de la meditación de lo oscuro, cómo lo irreal es aquello que carece de palabras, enseñanza que cala en las fibras del alma, pues más nunca el mundo volverá a ser lo mismo, abrirá corolas de larvas, cerrará umbrales conocidos, rasgará crepúsculos y el ordeño del tiempo se sentirá caer con toda su belleza en la ruta de los pasos.

            La muerte nos dice que lo definitivo habita en nosotros, que toda la cultura se basa en su posibilidad, en su goteo incesante. En pocas palabras, la muerte se dirige al corazón, penetra en él y lo mantiene en sus límites, allí alojada, la muerte dicta la humildad. Es la humildad su gran regalo, la moderación que tiende a llenar lo que se vacía, la moderación que tiende a exaltar lo que se rebaja.

            A lo largo de mi carrera como docente de aula he sentido la muerte de varios estudiantes, cada una de ellas me ha hecho profundizar mi visión de lo efímero, de tener en cuenta la proximidad del desgaste, comprender que ando montado en un oleaje de lo perdido, y eso, a contraparte, me permite vislumbrar mejor mi posición en el planeta, mi comprensión del ser humano. Mis alumnos aprehenden la sustancia de la vida, saben que su savia es su otro extremo, que nunca existen colores definidos, que todos somos impredecibles, que por dentro de nosotros viaja la muerte como pasajera. Una de mis alumnas de sexto grado, la señorita Mélany Naveda, escribió un poema que dice:” bajo un árbol lleno de frutas/se sentaba la vida con su mirada directa a la muerte/vida/vida de ilusión/y la muerte sonreía/para atacar/en cualquier momento.” Vemos cómo la muerte nos permite aprender de nuestros alumnos, nos hace quitarnos de encima el monopolio del saber. Ese descuido de la vida creyendo que sus frutos son para ella misma. Mélany sabe que la muerte es la única heredera. Por otra parte, una ex alumna escribió un poema magistral en donde sin nombrar a la muerte nos enseña que toda transformación del cuerpo o de la realidad aflora sobre el cuerpo de la parca; prefigurada ésta en una mariposa la poetiza Yisbel Navas no habla:”mírame a los ojos mariposita blanca/mírame bien/porque pronto me verás/convertida en un gusano.” Que es la misma habla de la vida, pues ella registra el paso del ser humano desde que se eleva al sol en un vuelo presuntuoso hasta que el cuerpo surge a la vida en los gusanos que lo pueblan. Doble transformación: el gusano en mariposa y el cuerpo en gusano, y todo ello en la vida que palpita en las enseñanzas de mis alumnos.

Si admitimos que la vida nos enseña a fuerza de tropiezo y en la medida en que nuestras huellas abren los surcos de su recorrido, es decir, sabiendo que “no hay caminos, se hace camino al andar”, entonces debemos admitir que toda sabiduría a ella otorgada, que toda ostentación pedagógica de ella colgada, reside en el permiso que le da su otro extremo dialéctico, su huésped interno, carente de sexo, la fuente de la claridad de todas las visiones: la muerte.

¿Cómo podemos darle algún valor a la vida sin la presencia de la muerte que nos dice que todo es pasajero, que todo se evapora, que hay un oleaje de cosas perdidas cayendo detrás o dentro de nosotros? Un filósofo alemán dijo alguna vez que “somos seres para la muerte”. Vivimos dedicándole ese tributo al río de la nada. A la luz de la desaparición física todo adquiere relevancia, sabemos que vamos a morir, entonces  cada uno de nuestros actos acarrea una enseñanza, quizás esto deba llamarse sabiduría, esa gran ausente de nuestras escuelas.

Si cambiáramos los soportes, las bases tácitas que sostienen todos los andamiajes educativos, no sólo de la escuela básica, si no del sistema educativo en general, pudiéramos educarnos de manera mucho más efectiva para darle el valor justo a nuestra existencia y valorar el derecho a la vida de todo ser. El sistema educativo está sostenido por la creencia en el futuro, por la posibilidad de vivir para siempre. Son ilusiones que materializan las conductas, así, los estudiantes pueden darse el lujo de perder todo el tiempo que quieran, dado que la imagen que tienen de sí es la de un ser que no va a morir sino en un futuro incierto. Los educadores podemos perder todo el tiempo que queramos en los objetivos programáticos, enseñándoles cualquier barbaridad a los estudiantes pero sin atrevernos a hablar de la muerte como la única maestra que nos enseña día a día, segundo a segundo, sin decirles que ella es la gran semejanza de la que hablaba Whitman. La muerte nos dice en pocas palabras, que para hablar del conocimiento sobre la vida no se puede perder el tiempo en hablar sobre el conocimiento, pues es necesario hacerlo en acto. Todos nuestros enemigos son internos, todos los obstáculos tienen doble naturaleza, la vida les da cuerpo, los individualiza, la muerte los colectiviza, los desarma. El Don Juan de Castañeda dice que son tres nuestros enemigos: el miedo, el poder de claridad y la vejez. Es difícil vencerlos, pero al menos debemos saber que existen, pues tantos los retos académicos  como los no académicos están llenos de este miedo. Si vencemos el miedo podemos conocer nuestros deseos y este dominio, este control sobre nuestros deseos nos daría una claridad sorprendente, una claridad que nos acerca a la ceguera, y ese es nuestro segundo enemigo, el ofuscamiento por el saber, la ceguera por el poder que da conocernos un poco. El que se detiene aquí no ha hecho nada consigo mismo, está preso en su propia ilusión, así como el sistema educativo yace en sus ilusiones, entonces tiene que vencer al poder de la ilusión, ya se le haría más fácil porque no tiene miedo, la referencia, el valor de vencer a la ilusión de poder se logra volteando hacia a la muerte y preguntándole que si lo que sientes es verdad. La muerte siempre responde que no, que nada tiene tanta importancia como ella. Por algo en “Las mil y una noche” llaman a la muerte la vencedora de las ilusiones.